Había una vez una familia que vivía en un país m uy, muy lejano. Era un buen país. Era un país hermoso. Tenía un líder agradable y amable que tenía amigos en todo el mundo. Era el tipo de lugar donde los niños podían correr, jugar y estar tan cansados de divertirse que podían dormir tranquilos, soñando con otro día de aventura. ¿Te imaginas estar tan cansado de divertirte? ¡Era tan bueno!

Pero un día, un líder al que no le impor taba nadie más que él mismo y su propia gente se hizo cargo del país. Era grosero, vulgar, rudo. No era amable con la gente. Los insultaba y decía todo tipo de mentiras. ¿Te gustaría que alguien así fuera el líder de tu país? No. Tampoco los ciudadanos de este, anteriormente, buen país.

Muchas personas buenas comenzaron a salir del país. Y cuando el líder se enteró, comenzó a castigar a todas las personas buenas. Pero los padres y las madres querían una vida mejor para sus hijos. Querían que sus hijos disfrutaran de la vida y conocieran todas las bendiciones que Dios tenía para ellos.

Entonces, algunas familias enviaron a sus madres, y otras enviaron a sus padres, a huir secretamente y viajar a países lejanos donde tenían amigos o familiares que podían ayudarlos a huir de lo que alguna vez fue un gran país.

La madre de esta familia se fue después de llor ar y orar por sus dos hijos. Les dijo que siempre miraran las cosas buenas de la vida, que nunca perdieran la esperanza; que obedecieran a papá mientras ella no estuviera. Y, como todas las buenas madres, les dijo que comieran sanamente, que pensaran y eligieran solo lo bueno, y que siempre creyeran que Dios estaría ahí para ayudarlos. Les explicó que si cuidaban su cuerpo y su mente y creían en Dios, no habría nada que no pudieran hacer.

Abrazó y besó a los niños y a su padre , y luego desapareció en la noche.

Pasó un día y los muchachos estaban listos para irse con ella. Pero no hubo noticias. Pasó una semana y los chicos ni siquiera recibieron un mensaje de texto. Un mes, un año, y nada. Las cosas en su país empeoraban. El líder ahora controlaba a los militares, y era difícil conseguir comida. 

El hijo mayor se negó a creer que su madre alguna vez regresaría. Se enojó con su madre por marcharse, se enojó con su padre por quedarse, se enojó con Dios, se enojó con su país. Pero a pesar de todo, amaba a su hermano menor y no se daría por vencido por causa de él.

El hermano menor repetía, casi todos los días, «Come de manera saludable (aunque no tengamos mucho), piensa y elige solo cosas buenas (aunque no haya mucho) y siempre  cree que Dios estará aquí para ayudarnos. Y volveremos a ver a mamá».

 Su hermano se encogía de hombros y sonreía indulgente ante la fe de su hermano pequeño. Dos años y dos meses después, justo cuando las cosas empeoraban cada vez más, recibieron un mensaje secreto. Era de su madre. Estaba en código. Su padre tuvo que leérselo. Decía que siguieran una caravana que los llevaría por muchos lugares. Algunos lugares serían peligrosos, otros serían demasiado buenos para ser verdad, pero debían man tener siempre su fe sabiendo que su madre los estaba esperando. Les decía: «No se asusten de los lugares peligrosos; crean en Dios. No se dejen tentar por los buenos lugares; mamá tiene un lugar mejor, y mejor comida, para ustedes. Nunca pierdan la fe de que la vida será buena».

 Esa misma noche, los chicos comenzaron su viaje con su padre. Se unieron a una caravana y comenzaron a caminar. A veces iban en tren. A veces iban en camiones (camiones grandes). A veces dormían en los campos abier tos. A veces sentían serpientes deslizándose sobre ellos. A veces no tenían comida para comer.

 Cada vez que sucedía algo malo, el hermano mayor se enfadaba aún más. Decía: «No vale la pena vivir esto. ¡Nunca lo vamos a lograr!».

 Pero el hermano menor ahora repetía: «No te asustes de los lugares peligrosos; cree en Dios. No te dejes tentar por los buenos lugares; mamá tiene un lugar mejor, y mejor comida, para nosotros. Nunca pierdas la fe de que la vida será buena. Cree, hermano, cree. Mira el lado positivo. No mires solo a la oscuridad».

 «¡Ja!», se burlaba su hermano. «Eres demasiado joven para saber sobre la vida».

 Una noche, mientras estaban en un lugar peligroso, los bandidos vinieron maldiciendo hacia ellos. El hermano mayor estaba asustado. No podía ver lo que podían hacer. Pero el más joven y el padre comenzaron a orar. Comenzaron a orar en el idioma de su pueblo.

 Los asaltantes se detuvieron. Escucharon y se echaron a reír. Se rieron tan fuerte que el padre y los dos niños se desconcertaron. Los ladrones dejaron de reírse y le dijeron a la pequeña familia: «Somos de su aldea. Abandonamos el viaje porque perdimos la esperanza. Escuchar orar en nuestro idioma, ¡qué sentimiento maravilloso! Lamentamos  habernos reído, pero es la primera vez que nos reímos tan bien desde que nos fuimos de casa. Vengan, coman con nosotros».

 Entonces, todos compartieron la comida. (Nada une a las personas como una buena comida, ¿verdad?).  Los ladrones, que eran de la aldea de la familia, le dijeron que viajarían con ellos. Escuchar la oración les infundió esperanza, incluso a los bandidos. Viajarían con ellos y les ayudarían a encontrar las mejores maneras de no quedar atrapados y de salir adelante.

 Los ladrones, que eran de la aldea de la familia, le dijeron que viajarían con ellos. Escuchar la oración les infundió esperanza, incluso a los bandidos. Viajarían con ellos y les ayudarían a encontrar las mejores maneras de no quedar atrapados y de salir adelante.

 A veces tenían que guardar silencio. Otras veces cantaban himnos que todos habían aprendido en la iglesia en el pueblo tan lejano. Himnos que alababan a Dios; canciones de esperanza; canciones del hogar. Incluso el hermano mayor no pudo evitar unirse al gozo.

 Finalmente, llegaron al país donde se había asentado su madre.

 Y allí, tal como había prometido, estaría su madre. Los niños y su padre dejaron todo y corrieron hacia ella. Su familia del nuevo país quería saber cómo lo lograron. El hermano menor dijo que recordaba las palabras de su madre; el padre dijo que amaba demasiado a su familia como par a rendirse; pero el hermano mayor estuvo en silencio por un rato. Entonces lloró. Le dijo a su madre que la había odiado a ella, a su padre y al Dios de ellos. Odiaba vivir donde ellos vivían. Había odiado tanto en su vida. Su madre comenzó lentamente: «Pero, ¿cómo lo lograste hasta ahora?».

 «La fe de mi hermanito me ayudó a ver que la vida es mucho más grande y mejor que cualquier cosa mala que pueda estar a nuestro alrededor. Incluso cuando pensamos que moriríamos por los ladrones, él y papá oraron en voz alta, y Dios nos salvó a causa de ellos. La fe de mi hermanito me ayudó a mantener viva par te de mi fe».

 ¿Sabían que también nos dirigimos a otro país para disfrutar de una vida abundante y feliz? Llamamos a este país «tierra nueva». El viaje puede ser largo y, a veces, difícil, pero nuestra fe en la presencia y promesas de Dios puede ayudarnos a seguir avanzando. Cuando creemos y obedecemos, incluso puede ser un estímulo para los demás.

 

Falvo Fowler

Falvo Fowler es el editor de las guías de estudio de la Escuela Sabática para Cuna, Infantes y Primarios en la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día. Creó y produjo la serie de animación GraceLink, y creó la aplicación de Estudio Bíblico de la Escuela Sabática.