“Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.”

Mi respuesta a su gracia

Si estuviéramos restringidos a tener solo un libro de la Biblia en lugar de 66, y si tuviera que elegir qué libro debería ser, sin dudarlo elegiría el libro de Romanos. Explica el evangelio en términos que la persona en la calle puede entender y describe en cadencias llenas de esperanza la extravagancia de la gracia de Dios, la profundidad de su amor por los pecadores, y hasta qué punto ha ido y está preparado para ir a salvar a la humanidad de la ruina del pecado.

Un estudio de Romanos ha conducido a muchos grandes avivamientos cristianos a lo largo de los siglos, siendo el más notable la Reforma, dirigida por Martín Lutero, y la dirigida por Juan Wesley. Martín Lutero consideraba a Romanos como “el Evangelio más claro de todos,” y Wesley decía que su corazón fue “extrañamente animado” por la epístola a los Romanos.

“Mi corazón fue extrañamente animado” es un sentimiento con el que me puedo identificar. Cuando era un adolescente, tenía una visión rencorosa de Dios, que fue el resultado de verlo como injusto por clasificarme como pecador debido al pecado de Adán. ¿Por qué debería ser designado pecador cuando no participé en la transgresión de Adán? Adán me legó desobediencia, injusticia y muerte eterna sin que yo haya jugado un papel en su pecado. Injusto, injusto, concluí. Al madurar en mi comprensión de las Escrituras, llegué a la conclusión de que Dios podía mostrarse justo, solo al proporcionarme obediencia, justicia y vida eterna sin que yo me involucrara en el proceso.

Mi Momento Eureka (de júbilo ante el descubrimiento)

Al leer Romanos por primera vez con comprensión, tuve un increíble momento “Eureka”. Descubrí que en Jesús, Dios me proporcionó obediencia perfecta, justicia perfecta y vida eterna perfecta sin mi participación en el proceso. Todo lo que se requiere de mí es la aceptación por fe de lo que Cristo ha logrado para la humanidad (Romanos 5: 18-19). Como resultado de captar el mensaje de Pablo en Romanos, cuatro cosas importantes cambiaron en mi vida: mi visión negativa de Dios, mi comprensión limitada de lo que constituía el evangelio, la forma en que me veía a mí mismo y a los demás, y mi motivo para adorar a Dios.

Mi adoración a Dios cambió de ser solo una rutina diaria o semanal que me hacía sentir bien conmigo mismo y hacía que las personas cercanas a mí se impresionaran con la profundidad de mi piedad. En cambio, la adoración se convirtió en una respuesta activa a la asombrosa gracia de Dios y a su acción al justificarme, no en base a mi bondad o mi dignidad, sino en la bondad y la dignidad de Jesús.

Una deuda cancelada

El inglés Lord Congleton (1805-1883) usó una ilustración vívida y efectiva para enseñar a las personas que vivían en su propiedad la verdad sobre la gracia de Dios.[1] Casi todos sus inquilinos estaban atrasados con el alquiler. Algunos estaban tan atrasados que temían que los expulsaran de sus hogares. Un día notaron que un letrero de su arrendador estaba publicado en toda la urbanización, prometiendo la remisión del alquiler a cualquier inquilino que se encontrara con Lord Congleton en su oficina entre las 10 a.m. y el mediodía en un día en particular.

Los inquilinos sospecharon de esta promesa de Congleton y pasaron los días intermedios tratando de averiguar qué truco estaba haciendo. El día señalado, Congleton se sentó en su oficina esperando la respuesta de los inquilinos a su generosa oferta, pero todavía estaban afuera discutiendo la oferta. Cerca del mediodía, un hombre que se retrasó por causas ajenas a su voluntad se apresuró a la oficina de Lord Congleton para reclamar la remisión prometida. “¿Realmente esperas que tu deuda sea perdonada?” preguntó Lord Congleton. “Por supuesto.” “¿Y por qué lo crees?” “Porque su señoría lo ha prometido” “¿Y crees en la promesa?” “Por supuesto que sí, mi señor” “¿Por qué?” “Porque su señoría no engañaría a un pobre hombre” “Pero usted es un buen hombre, ¿o no?, diligente y trabajador,” dijo Congleton. “Mi señor, su aviso no decía nada acerca de que fuera bueno” “Así que creyendo en el aviso y sin encontrar condiciones adjuntas, ¿has venido por tu recibo?” “Sí, mi señor.”

Congleton escribió el recibo y se lo dio al hombre, que lo agitó por encima de su cabeza y exclamó: “¡Sabía que no nos engañarían! ¡Dios lo bendiga!” Estaba yendo hacia la puerta para mostrar el recibo a los otros inquilinos, pero Congleton le pidió que se quedara adentro hasta la hora del mediodía, ya que la promesa de remisión se basaba en la fe. Al mediodía, el hombre salió corriendo y agitó su recibo: “¡Lo tengo, mi deuda está cancelada!”

De qué se trata la adoración

Mi adoración es en respuesta a que Jesús ha cancelado mi deuda. ¡Soy libre! Estoy dispuesto a darme a mí mismo y todo lo que tengo en respuesta. Un ejemplo de este tipo de adoración se encuentra en los cuatro Evangelios: Mateo 26: 6-13; Marcos 14: 3-9; Lucas 7: 36-50; Juan 12: 1-8. Un fariseo llamado Simón invitó a Jesús a su casa para una cena. Mientras la fiesta estaba en pleno apogeo, una mujer, identificada por Juan como María, hermana de Lázaro, lavó los pies de Jesús con sus lágrimas, los secó con su cabello y los ungió, y a la cabeza de Jesús con un ungüento costoso.

Si de hecho esta mujer era la hermana de Lázaro, era una discípula de Jesús, cuyo corazón se conmovió para rendir homenaje a Aquel que había dado sentido a su vida con esperanza y se había acercado para rescatarla de lo que fuera que la había atrapado. Jesús había cambiado su vida de una manera tan positiva y dramática que se sintió obligada a darle todo a cambio. Algunos de los presentes estaban indignados por sus acciones. Su ira era doble. Primero, les molestaba el hecho de que una mujer había ministrado a Jesús en la forma que lo hizo. ¿Cómo se atreve ella? Segundo, lamentaron que un ungüento tan caro se desperdiciara en los pies de Jesús. “¿Para qué sirve este desperdicio? Porque este ungüento podría haber sido vendido por mucho y dado a los pobres.”

María entendió de qué se trata la adoración. El ungüento costoso era posiblemente su posesión más valiosa. Pero después de haber probado el agua refrescante de la gracia de Dios, no pudo evitar dar a Jesús todo lo que tenía y todo lo que atesoraba. Ella no se contuvo. ¿No es eso de lo que se trata la verdadera adoración? María entendió que donde estaba su corazón, también debería estar su tesoro, y estaba dispuesta a dárselo todo. “Son pocos los que aprecian todo lo que Cristo es para ellos. Si lo hicieran expresarían el gran amor de María, ofrendarían libremente el ungüento, y no lo considerarían un derroche. Nada tendrían por demasiado costoso para darlo a Cristo, ningún acto de abnegación o sacrificio personal les parecería demasiado grande para soportarlo por amor a él.”[2]

Aquellos que creen que la empresa más importante en esta tierra es el esfuerzo de Dios para rescatarnos del pecado y brindarnos esperanza y un propósito en la vida, darán libremente su tiempo, energía, intelecto, dinero y a sí mismos para el avance de esta causa. Pondrán su tesoro donde está su corazón y darán respuesta al extravagante acto de Dios de salvarlos del pecado. También darán debido a la inquietud de compartir su experiencia de libertad en Cristo con tantos como sea posible. Como declararon los leprosos hambrientos que encontraron comida: “Esto no está bien. Hoy es un día de buenas noticias, y no las estamos dando a conocer.”[3] Debemos compartir esas buenas noticias con otros.

 

 

[1] Lord Congleton, Brethren Archive [Archivo de los hermanos], brethrenarchive.org.

[2] Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 518.

[3] 2 Reyes 7: 9.

Don McFarlane

Originario de Jamaica, Don McFarlane trabajó como pastor, director departamental y administrador de la iglesia en la Unión Británica y en la División Transeuropea durante 33 años. Durante los últimos siete años, ha sido el pastor para la administración y los ministerios para adultos en la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Sligo en Maryland, Estados Unidos.